Esta es la historia de Ibra. Hace tres años cruzó el Océano Atlántico en una patera para venir a España. En junio aprobó con altas calificaciones el examen de ingreso a un curso de español. En septiembre empezó a estudiar salud pública y esta semana cuenta su historia a los alumnos de un curso de verano:
Salí de mi casa por la noche; No me despedí de nadie. No quería ver a nadie, no quería llorar delante de ellos. Pero tampoco quería celebrar otra nochevieja sin poder regalarles nada. Mi país, Senegal, no me ofreció ninguna oportunidad de prosperar.
En África no hay medicinas adecuadas. Si te pica un mosquito y te da paludismo o fiebre tifoidea, te mueres. En algunos de los países donde he vivido, las farmacias y las tiendas te venden medicamentos falsos.
Mi viaje duró cinco meses. Viajé con todo tipo de compañeros. Algunos ya habían estado en Europa, algunos nunca habían visto la luz eléctrica. El primero describió al segundo los códigos de color de las señales luminosas.
Viajábamos de noche para no ser detenidos por la policía. El objetivo: cruzar la frontera de Mauritania. La frontera es un río que corre a lo largo de Senegal. Llegamos allí después de muchas noches de caminar y muchos días de dormir escondidos entre los arbustos.
Un amigo y yo decidimos hacer el viaje a España. Esperamos muchos días hasta que el mar se calmó. Era de noche cuando salimos y el agua estaba fría; todo a nuestro alrededor era oscuridad. Las olas inundaron el barco. Me escocían la nariz y los ojos con agua salada. Tenía tanto miedo. Tenía miedo de morirme, de ahogarme, porque muchos morimos así.
Deberás vencer la fuerza del mar para igualar la pericia de los guardacostas en Tenerife. La policía patrulla las aguas, impidiendo el ingreso de “indocumentados”. Un riesgo diluido por la alternativa: pretender ahogarse o actuar como cadáveres, un cuerpo que uno puede encontrar hinchado y varado en cualquier playa o perdido para siempre en el mar.
Estuve cerca de perder el conocimiento. Vimos a la policía española. Quisimos gritar, pero no nos atrevimos. No podía poner en riesgo el viaje de mis compañeros de viaje ni incriminar a quienes habían sido nuestros guías. Si lo hiciera, y si, por cualquier motivo, fuéramos devueltos a Mauritania, nunca olvidarían mis acciones. Tendría muchos problemas. Pero la policía no nos atrapó. En realidad, nos salvaron.
Estuve tres años y medio en un centro de acogida en Tenerife. Hubo un caso contra nuestros guías y tuve que servir como testigo. Pedí asilo pero me negaron la solicitud. Le conté mi historia a quien quisiera escuchar y escuché todas las historias que pude. Cada vez que alguien en el centro me preguntaba a dónde queríamos ir, un coro de voces sonaba “pe-nin-su-la”
Cuando llegó el momento de partir me preguntaron adónde quería ir. Hablé de Tarragona, una ciudad occidental donde debería haber otros de mi país, así que me enviaron allí. Me dieron un billete y un papel que me daba permiso para entrar en España. Cuando me bajé del autobús no sabía qué hacer. Me quedé atrás para ver en qué dirección caminaban los demás. Estaba desconcertado. Todo a mi alrededor era nuevo. Me sentí perdida y tremendamente sola.
Europa, la península, el paraíso, no acabó siendo tan idílica como pensaba. Encontré compañeros de viaje que me ayudaron durante mis primeros días allí. Me quedé en casa de amigos y todos los que me recibieron me explicaron que la vida aquí era muy difícil.
Salíamos de nuestros pueblos pensando que en Europa te daban dinero cuando lo necesitabas, 100 Euros sin dudarlo, ¿por qué no? Pensamos que todos eran ricos aquí. Pensamos que las mujeres se enamorarían de nosotros. Pensábamos que Europa era una fiesta interminable para disfrutar con amigos. Ni un solo senegalés o africano se dejó solo. Nos ayudábamos como podíamos, aunque teníamos poco que ofrecer.
Entre las razones por las que vine a Santander, una de las más poderosas fue la existencia de mi hermano. Mientras estoy aquí tengo tiempo para planificar mi vida, encontrar un trabajo estable y encontrar un grupo de amigos.
No me fijo metas. La vida te lleva a través de mejores y peores. He visto a hombres fuertes e inteligentes perder la cabeza por no poder adaptarse a esta nueva sociedad. He tenido la suerte de aguantar. No soy amigo del ‘panorama general’. Estoy acostumbrado a improvisar y elegir la mejor opción que se me presenta en un momento. En los 7 meses que llevo en Santander he conseguido lo más importante: mucha gente se preocupa por mí. Estoy obligado a hacer lo mismo por los demás.
Han pasado cuatro años desde que dejé Senegal. El viaje aún no ha terminado. Con cada paso de mi viaje, me siento más cerca del éxito. Pero, todos los días, pienso en volver a casa.